22 de Abril 2024

Maipú el pueblo donde nace la vitivinicultura argentina.

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Maipú, el pueblo vitivinícola a solo 10 minutos de la Ciudad de Mendoza, donde se encuentran prestigiosas bodegas argentinas que trascienden generaciones y plantaron la piedra fundacional de la vitivinicultura argentina.

Un poblado calmo de gran historia.

Viñas por doquier que se abren un abanico de hileras, el aroma a mosto por esas callecitas de arboladas donde pasear en bicicleta y el placer de sentir la naturaleza del vino en su propio hábitat. Maipú considerada en Mendoza como “La cuna del vino” fue la tierra elegida por los primeros viticultores que encontraron en su suelo la riqueza de los taninos.

La fuerte corriente inmigratoria europea, compuesta por hombres conocedores del quehacer vitivinícola principalmente de España e Italia, posibilitó un cambio sustancial en el cultivo de la vid y dio un gran impulso a esta industria. Estos inmigrantes trajeron consigo nuevas técnicas de cultivo y otras variedades de vid aptas para la elaboración de vinos de calidad, pero principalmente la esperanza de trabajar la tierra. Así llegaron imponentes nombres como Juan Antonio Gargantini, Juan Giol, José Federico López, Felipe Ruttini, Sami Flishman, Leoncio Arizu, Pascual Toso, los Nerviani, los Cavagnaro y tanto otros visionarios de la vitivinicultura argentina que eligieron Maipú para desembarcar y crear sus proyectos, los cuales con el tiempo se convertirían en imperios del vino.

Viaje en el tiempo

Caminar por las calles maipucinas es retrotraerse a los tiempos coloniales y encontrarse con esos mismos paisajes donde se plantaron las primeras vides, donde se hicieron vinos elaborados en piletas enormes y se trasladaba en tuberías de agua hasta la estación del ferrocarril para enviarlo al puerto de Buenos Aires atravesando calles y recorriendo caminos por esas cañerías. Mientras que cuando comenzaba la nueva vendimia, los bodegueros tenían que vaciar toneles y por las acequias del poblado corría el vino como agua de manantial, sesgos de aquellas anécdotas aún se pueden detectar.

Maipú se concibió a base del vino y hoy se constituye como el primer destino enoturístico del país en función de la cantidad de visitantes, ya que cuenta 45 bodegas abiertas al turismo. Dos grandes museos vitivinícolas que ayudan a interpretar la historia: Museo del Vino y la Vendimia en el antiguo chalet de Gargantini y Giol, dos familias unieron sus viñedos y el Museo de La Rural, la bodega de los Rutini que ofrece piezas únicas de la antigua vinificación. Un sitio preparado para disfrutar de la experiencia del vino a través de la historia con la opción de hacer en bicicleta, a caballo, o caminando y encontrarse con restaurantes pintorescos, bodegas con gastronomía de primer nivel o propuestas de picnin entre viñedos, planes divertidos como bicicletas comunitarias donde se comparten degustaciones y picadas mientras se pedalea con el vino siempre de protagonista. Un pueblo lleno de sabor y encanto con gente que ama su tierra y buscan enamorar a sus visitantes. 

 

Inmigrantes que marcaron el futuro de la vitivinicultura argentina

Bodega Giol fue la bodega más grande del mundo.  Su logo, una cabeza de toro, impreso en etiquetas de vinos, toneles, barricas, fachadas e incluso materializado en un gran toro de hierro que aun se conserva como patrimonio del municipio. En 1887, Juan Giol y Bautista Gargantini armaron una sociedad para desarrollar la actividad vitivinícola que recién comenzaba en la provincia y compraron algunas pocas hectáreas en Maipú, por considerar que el suelo y la amplitud térmica eran las mejores de la provincia para empezar a fabricar vinos. La bodega y los viñedos Giol ocuparon en el corazón de Maipú alrededor de 260 hectáreas. Aún hoy se pueden observar los vestigios de este gigante, entre los que sobresalen su inmensa planta, los piletones donde se separaba el futuro vino del mosto de la uva y los grandes toneles donde se guardaba.

La copa de vino ronda con un Montchenot, mientras Eduardo López, la cuarta generación de Bodegas y Viñedos López cuenta la historia de José Gregorio López Rivas, miembro de una familia dedicada al cultivo de vides y olivares en España, arribó al puerto de Buenos Aires en 1886, y unos años más tarde lo harían sus hermanos. Mientras la filoxera hacía estragos en Europa, ellos buscaron la forma de mantener viva la tradición familiar en el nuevo continente. Maipú, Mendoza, se convirtió en su nuevo hogar, donde retomaron la vitivinicultura y en marzo de 1898 envasaban sus primeros vinos bajo la marca José López y Hnos. Desde entonces, la firma siempre estuvo dirigida por la familia, respetando el legado que aún se conoce como “Estilo López”.

Leoncio Arizu deja su pueblo de Unzué, en Navarra, para reunirse en América con su tío Balbino Arizu. Era 1890. Para 1901, Leoncio había logrado establecer su propia bodega en Mendoza, pero su chalet familiar y la finca quedan en El Paraíso, un pasaje de maipucino en medio de un paraíso como su nombre lo indica que en la actualidad funciona como un palacete tipo lodge premium, donde el amanecer en medio de viñedos brinda una experiencia inolvidable.

En 1910, Sami Flichman, un prolífero empresario textil, compra una bodega en Barrancas, Maipú, Mendoza, y la rebautiza con su apellido. Desde entonces la vitivinicultura se convirtió en su principal actividad hasta que su hijo Isaac continuó con la conducción junto al célebre winemaker Roberto De La Mota. A mediados del siglo XX, Finca Flichman se erigió en una de las bodegas más exclusivas del mercado argentino.  

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